Los Votos de los Caballeros Templarios eran tres: Pobreza, Castidad y Obediencia.
Pobreza. Todos los bienes del aspirante deberían ser entregados a la Orden del Temple. Nada podía individualmente ser suyo, salvo la capa. El caballo y la espalda eran propiedad de la Orden del Temple.
El Templario o quienes trabajaban para la Orden no podían llevar joyas ni objetos preciosos en sus vestiduras, ni en sus armas, ni en los arreos del caballo. Si en alguna ocasión y por cualquier motivo le era entregado a un Templario uno de los mencionados objetos, de inmediato lo entregaba a sus superiores hasta que llegaba al Gran Maestre, que lo depositaba en las arcas de la Orden. La Orden era rica y poderosa pero el Templario era pobre.
Castidad. La Regla prohibía las mujeres entre los caballeros y solamente, y si no podía evitarse, se permitía casarse a los sirvientes, criados y empleados en las diversas tareas de talleres y gremios al servicio de la Orden. Aun así se procuraba que fueran solteros. Recordemos que, en sí, los Templarios eran freires, frailes.
Como excepción se encontraban los caballeros nobles que ya estaban casados. Pero generalmente debían renunciar a sus deberes como maridos de acuerdo con sus esposas que, ordinariamente, se refugiaban en un monasterio cisterciense o benedictino, que eran las órdenes religiosas afines al Temple.
Obediencia. Obediencia a la Orden y a sus jerarquías. En cuanto a la obediencia al Papa, era muy particular este concepto. Los Templarios tenían en la Orden sus propios sacerdotes y obispos. La Regla prohibía oír Misa y recibir los Sacramentos de manos de un sacerdote o clérigo que no fuera Templario, fuere cual fuere su categoría en la Iglesia, salvo en casos de extrema necesidad como peligro de muerte y que no hubiese allí un sacerdote templario.